Vietnam, una reflexión sobre la guerra

G U E R R A

W A R

P E R A N G

R A T

V O J N A

C H I E N   T R A N H

No importa el idioma en el que este escrita o el eufemismo que se use para hablar de ella, es imposible que una guerra sea la mejor opción. Pasear por las calles de la antigua Saigón reaviva las clases de historia en la que nos hablaban de una de las guerras más duras del siglo XX, esa que terminó precisamente en esta ciudad hace solo 41 años. El museo de los vestigios de la guerra se alza en el centro para conmemorar tantas atrocidades, tantas injusticias… para ser testigo de la hipocresía de la palabra “guerra fría” y para recordarnos cuál es el verdadero legado de la violencia.

Es medio día y hace un calor bastante intenso, pero el museo está lleno de gente. Sobre todo europeos y estadounidenses que paseamos por sus distintas salas en silencio, como descubriendo tras cada fotografía la atrocidad de lo bélico. Somos tantas personas que a veces no se pueden leer bien los textos que acompañan a la exposición y hay que esperar. Esta es una historia leída por cientos de gentes de todo el mundo cada día… y a la vez, una historia repetida y olvidada sinfín, como si perdiésemos colectivamente la memoria en un instante de locura.

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Manu Legeniche fue un corresponsal español en la guerra de Vietnam, uno de los mejores. Antes de morir en 2014 deseó en una entrega de premios que su testimonio valiera “para demostrar que todas las guerras están perdidas”. A sus palabras me adscribo y con sus palabras leo cada uno de los carteles del museo.

En ellos se explica como Estados Unidos y Francia lanzaron sobre Vietnam 14.300.000 toneladas de bombas y artillerías durante los 17 años y 2 meses que duró la guerra. Y todo, por no perder el dominio y la influencia en un país, por querer decidir su suerte y usarlo como contención del comunismo, como si los países no fuesen nada más que piezas de un tablero de ajedrez.

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¿Cómo empezó todo aquello? Intento hacer memoria, los carteles me ayudan a recordar. La guerra de Vietnam la empezó Francia por su apremiante necesidad de recuperar el control sobre Indochina (en 1946), pero Estados Unidos le apoyó desde el principio con ayuda económica. Tanto es así que 1954, año en el que los franceses perdieron la guerra, el gobierno estadounidense había aportado el 73,9% del coste total.

Ese mismo año tuvo lugar la Conferencia de Ginebra, en la que se estableció la paz y se permitió la “independencia” de los países de la Indochina. Aparecieron Laos, Camboya y Vietnam; éste último separado por el paralelo 18 que dividía el territorio en dos mitades, Vietnam del Norte, comunista, y Vietnam del Sur, capitalista, de carácter dictatorial y títere de las potencias mundiales.

Echando la mirada un poco más atrás, cabe enmarcar el contexto de todo este escenario. Durante la II GM, así como los nazis invadieron Francia, el ejército japonés invadió Indochina y por ende Vietnam, territorio francés en el momento. Los vietnamitas lucharon contra la invasión japonesa sin ayuda de Francia que estaba inmersa en plena guerra en su propio territorio.

Cuando los japoneses perdieron a causa de las bombas de Nagasaki e Hiroshima y terminó la II Guerra Mundial, los franceses, encabezados por el general De Gaulle, pensaron que había llegado el momento de volver a Indochina. En ningún momento tuvieron en cuenta las reivindicaciones de independencia de sus distintos pueblos, representadas grosso modo por el partido comunista de Indochina, creado por el famoso Ho Chi Minh en 1930. Con esto quiero enfatizar que la guerra que Francia empezó en Vietnam era colonialista y no tenía ningún fin más allá que la de recuperar sus poder colonial.

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Volvemos al escenario post Conferencia de Ginebra, que había dado lugar, como decíamos, a la creación de dos Vietnam. Durante los años siguientes, los países occidentales encabezados por Estados Unidos, intentaron evitar por todo la unificación del país y la expansión del comunismo. Pero sólo con el gobierno títere del sur no era suficiente para apaciguar las reivindicaciones de los vietnamitas, así que en 1965 Estados Unidos envió a los primeros soldados de su ejército a la guerra de Vietnam. El propósito: defender al gobierno libre del sur, atacado por el gobierno comunista del Norte, y liberar al pueblo vietnamita de los comunistas. Así empezó una guerra que jamás se tenía que haber luchado y que sometió al pueblo vietnamita, que sólo quería decidir sobre su propio destino, a una de las mayores atrocidades del siglo XX.

Leo y recuerdo esta historia acompañada de las imágenes atroces del momento… Imágenes de esas que todas las guerras comparten: muertos apilados en las cunetas, civiles corriendo tratando de escapar de los bombardeos, soldados armados hasta los dientes, cabezas del enemigo como trofeo. Tantas guerras luchadas, tantas guerras perdidas. Vietnam es un ejemplo de cómo los verdaderos motivos para luchar una guerra se ven con el tiempo, con perspectiva. Estados Unidos se esforzó mucho en argumentar que la guerra de Vietnam era una guerra por la libertad… pero el tiempo demostró como en esa guerra por la libertad mataron a diestro y siniestro, convirtieron a todos los vietnamitas en el enemigo, devastaron bosques, campos y sumieron al país en la pobreza y la miseria.

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Uno de los textos del museo recoge un testimonio de un soldado americano, que dice: “Un hombre escapó de un pueblo. Para mi, era solo un campesino regular, pero para las tropas americanas los pueblos eran objetivos de ataque, territorio enemigo, así que sus residentes también”.

Para ello no sólo se sirvieron de los métodos tradicionales, usaron la mejor tecnología punta para devastar todo el país. Según los archivos norteamericanos, de 1961 a 1971 se esparcieron 72 millones de litros de químicos tóxicos, entre ellos el famoso napalm y el gas naranja. Según estudios independientes, la cantidad asciende a 100 millones. Además, por si intoxicar a una población entera y a sus tierras no fuese suficiente, el tonelaje de bombas lanzado en Indochina fue más del doble de la cantidad derribada por Estados Unidos y Reino Unido en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.

¿EL resultado? No sólo los muertos del momento, que sumaron de 2 a 6 millones (según fuentes) en el bando vietnamita, sino un legado que todavía pervive a día de hoy. Los estadounidenses dejaron en Vietnam 600.000 toneladas de bombas y 6.6 millones de hectáreas contaminadas por los gases tóxicos una vez acabada la guerra. Desde 1975 a 2002, 42.135 personas han muerto en el país por explosión de bombas, y 62.143 han sido heridas. Todavía hoy siguen naciendo personas con malformaciones a causa de las armas químicas: personas que nacen sin cuencas en los ojos, con enfermedades de la piel, sin piernas o manos o con malformaciones en las extremidades… Las imágenes dejan mudos a todos los visitantes del museo, que paseamos con caras de espanto entre los pasillos de la exposición sobre las víctimas del Agente Naranja. Parecen imágenes de la peor película de terror que un cineasta puede inventar.

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Vietnam ha pedido, sin éxito, compensación para las víctimas de dicho Agente, pero ni el dinero ni una disculpa pública institucional han llegado a día de hoy.

La única condena que pesa sobre las fuerzas armadas americanas es la del general William L. Calley por la conocida tragedia de My Lai (un pueblo pequeño en el que soldados americanos asesinaron a 500 personas en una noche). Ninguna más que se haya hecho efectiva, a pesar de que el uso de armas químicas es un delito de guerra y por tanto, un crimen internacional. Destacar, por cierto, que este general sobre el que pesó la condena de todo un pueblo, fue condenado a cadena perpetua pero salió de la cárcel indultado por el presidente Nixon y ha dedicado su vida a la joyería.

Para el gobierno americano la guerra de Vietnam fue una batalla que marcó un antes y un después, la primera guerra que no pudieron ganar, la guerra en la que emplearon todo su arsenal y la que contó con mayor oposición de la opinión pública. El museo recuerda, de forma muy acertada, que la masacre no fue sólo de vietnamitas. Dedica un espacio a las vidas americanas que se quedaron en Vietnam, y no lo hace de forma triunfante, sino con tristeza, como un mal más de la guerra: 58.000 soldados americanos murieron, la mayoría de apenas 20 años… Cuelga de las paredes un extracto de un discurso de Ho Chi Minh (líder de la revolución) en el que insta a Estados Unidos a parar la guerra, no sólo por los vietnamitas, sino también por todos los americanos y su sufrimiento.

Vietnam causó una gran conmoción internacional que movilizó la opinión pública de tal forma que finalmente los Estados Unidos decidieron abandonar la guerra. Desde ese momento, en la opinión pública ha ido popularizándose la idea de que quizás las guerras no son una solución a ningún conflicto y que los gobiernos occidentales las usan como método para garantizar sus intereses. Las movilizaciones en contra de la intervención en Irak fueron el clímax de estas ideas pero las guerras se siguen justificando constantemente y nada impidió a las potencias imperialistas invadir Irak. Creando, por cierto, un caldo de cultivo que nos toca bebernos a día de hoy y responde al nombre DAESH.

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Ironías de la historia… Solo con el tiempo seremos capaces de ver los efectos de las guerras que libramos en nombre de la paz, de la libertad y de los derechos humanos. Quizás en algún momento Siria tendrá un museo como este de Vietnam en el que explique todo lo que ocurrió y muestra las imágenes atroces de la guerra, haga justicia. Ojalá Iraq pueda exhibir algún día esas imágenes aterradoras de los abusos en las cárceles de Abu Graib. Y también Afganistán, después de que la presencia de la OTAN haya dejado el país peor de lo que estaba.

A día de hoy, y después de todas las intervenciones sin sentido, seguimos sin ser capaces de ponernos de acuerdo en la definición de crimen de agresión. Solo porque queremos continuar intervenir en un país sin ser juzgados por cometer un crimen contra la humanidad… Un crimen de esos que se juzgan en el Tribunal Penal Internacional y se establecen en el estatuto de Roma, un crimen que las grandes potencias han apartado de la justicia para seguir usando el mundo a su antojo.

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Curtis Lemay, un comandante de las fuerzas aéreas estadounidenses, dijo en 1965: “vamos a bombardearles hasta devolverles a la edad de piedra”. Esa es la lucha por la libertad y los derechos humanos… Ese es el espíritu democrático y activista de las tropas y los ejércitos.

Parece que Vietnam quede muy lejos y cualquiera podría argumentar que tales catástrofes ya no ocurren, que ahora está todo más regulado… Para terminar este post, os dejo con unas palabras de Manu Legeniche, que como os decía, fue uno de los mejores corresponsales de guerra. Además de estar en Vietnam estuvo en Iraq, y en una entrevista señaló lo siguiente:

¡Yo salí de allí espantado! No se ha visto cosa igual. No tiene que ver con nada que yo haya visto, no veo comparación con ninguno de los conflictos modernos, porque Vietnam a su lado fue una caricatura. Esta es una guerra sucia y sectorial en la que nadie sabe nada, el choque más cruel. No es una guerra, es una carnicería. Aquí se matan a destajo y es una sangría interminable. Ocurre igual ahora, desayunarse cada día con cincuenta, ochenta o cien muertos, de la manera más cruel. Y, desde luego, Sadam Hussein, que en la primera Guerra de Iraq me mandó a la frontera jordana en el peor autobús que tenía, para prolongar mi tortura por el desierto, ha muerto de una forma macabra, propia de lo que es moralmente esta guerra. Si pensaban que se iba a resolver el problema, ya se ha visto que no.

 

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No importa el idioma en el que este escrita o el eufemismo que se use para hablar de ella, es imposible que una guerra sea la mejor opción.

 

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